------------------------------------------------------------------------------------------------------
…con un día
como hoy, 21 de Octubre de 1805. Trafalgar. El cabo español, no la plaza londinense.
Bueno, en realidad el cabo no. El cabo queda diez millas al norte. Ni se ve.
Pero la batalla recibirá su nombre, cosas de la mar.
El Sol de la
mañana ha despejado la densa niebla mientras se levanta, por fin, algo de
viento del sudoeste. A primera vista, el espectáculo es sobrecogedor. Treinta y tres navíos de línea, enarbolando los colores del I Imperio Francés y de la Armada
Real Española, ambos aliados contra el Reino unido, navegan rumbo sur formando
una línea. Lo de la línea es una formación típica de combate de las escuadras
de guerra del siglo XVIII. Y esta escuadra, la Flota Combinada francoespañola,
espera entrar en combate en breve.
Hacia el
sudoeste el ojo avezado descubre más detalles. Unas manchas blancas indican la
presencia de más buques de guerra, todo el trapo desplegado para aprovechar el
viento que flojea, a rachas. Un catalejo nos haría buen servicio ahora, pues
nos permitiría descubrir que los navíos que se acercan, a lo lejos, tienen las
bandas pintadas en franjas rojas y negras y enarbolan la “White Ensing”, la
insignia de guerra de la Royal Navy desde 1707. Veintisiete, en total. Todos
buques de línea.
Estos grandes
navíos son máquinas de guerra complejas, difíciles de gobernar y
terroríficamente caras de construir y mantener. Sus tripulaciones se cuentan
por centenares, a veces miles de hombres. Sus cubiertas montan más cañones de
los que un general de tierra esperaría ver incluso en sus sueños más
húmedos. Sólo el Santísima Trinidad, el buque de línea más grande del
mundo -español- monta más de cien cañones y cuenta con casi dos mil tripulantes.
Y hay cincuenta de estos leviatanes en el agua dispuestos a devorarse unos a
otros en una monstruosa carnicería, la mayor batalla naval jamás librada. Lo del nombre, buques de línea, tiene que ver con las tácticas
empleadas en los combates navales de la época. Estos barcos disparan por las
bordas. Así que dos flotas se enfrentan formando, cada una, una línea paralela
a la contraria, para batir mejor al enemigo. Hasta que llega Nelson y cambia la
forma de hacer la guerra en el mar.
La acción se
sucede, a los ojos de un observador del siglo XX, a cámara lenta. Estos grandes
buques de línea son lentos y pesados, diseñados para soportar un intenso
castigo bajo el fuego enemigo. Se desplazan con lentitud. Hace poco que los
vigías de ambas flotas han señalado la presencia del enemigo, y aún pasarán
horas antes de que la acción se inicie. Hay tiempo. O eso piensa el almirante
francés, Villeneuve. O piensa tal vez en retirarse antes de iniciar la acción.
Nadie lo sabe. El caso es que ordena a la flota virar de bordo contra el viento,
de vuelta a Cádiz. Nosotros, que no somos marinos, no nos damos cuenta, pero el
capitán Churruca, famoso oficial español, es marino viejo y con
experiencia. Aún no se ha dado un cañonazo y quedan horas para que se inicie el
fuego, pero se le oye murmurar.
- El almirante no conoce su
oficio y la flota está perdida- La batalla ha terminado
antes de empezar.
Los navíos
ingleses no forman en línea. Con el viento a favor, se lanzan como una manada
de lobos contra el centro de la formación francoespañola, que no acaba de
conseguir rehacer la línea después de la maniobra de virada. Los ingleses
forman en dos columnas. El buque de Nelson –manco, pero con dos cojones, uno
por banda- encabeza la primera. Lo malo de esta táctica, que los británicos
llaman con sorna “el toque Nelson”, es que durante la aproximación los ingleses
recibirán todo el fuego enemigo sin poder responder. Lo bueno, que cuando
alcancen la formación –si la alcanzan- podrán cortar la línea y cada buque
aliado se enfrentará al fuego de dos, tres o cuatro ingleses. El toque Nelson. Rodear
y rendir a los buques enemigos uno a uno. Nelson hiza banderas de señales con
la última orden para los suyos.
- Inglaterra
espera de cada hombre que cumpla con su deber -Lo dicho. La media de cojones por brazo más alta de las dos flotas.
Mientras os
doy la brasa con estos detalles, resuena un cañonazo. Son las 12:00. El francés Fougeaux abre fuego. Resuena un largo trueno mientras el resto de la línea
combinada hace lo propio. Los británicos, impasibles, con todo el trapo
largado, prosiguen su avance sin responder. La hora de Nelson llega hacia las
13:00. El buque insignia británico corta la formación de la Flota Combinada por el centro. Tras él se aprestan a pasar más navíos de guerra, que hacen fuego por
ambas bandas a bocajarro causando graves daños. La línea está rota por el
centro.
Ahora la
acción se acelera. Aislado y batido por todas las bandas, el almirante galo
hace señales al resto de la flota:
- El capitán
que no esté en el fuego, que se dirija hacia él.
Pero la escuadra está muy dispersa y no cuenta
con el viento a favor. Los buques ingleses llegan en manada y los aliados uno a
uno. Pronto se ven rodeados. Para agravar las cosas, el almirante Dumanoir, que
comanda la división de vanguardia (tres navíos españoles y dos franceses)
ignora la orden y pone rumbo oeste. Villeneuve repite la orden.
- La división de vanguardia dará la vuelta y se dirigirá al fuego -Pero los franceses se hacen los suecos y
toman las de Villadiego. Los tres buques españoles, en cambio, rompen la
formación y se aprestan a combatir. Tampoco es que cambie las cosas. La Escuadra Combinada está deshecha. El buque insignia, el Beaucentaure, se bate
con varios ingleses a la vez, completamente desarbolado e incapaz de moverse. Al
poco rato arría la bandera. El almirante se rinde. Poco a poco, el resto de los
capitanes franceses y españoles hace lo propio. A Dumanoir lo apresarán los ingleses unas semanas
después camino de Brest, en pleno Atlántico.
- A la vuelta de la esquina iba. A pog tabaco –declaró a su captor- ¿Tgafalgag? No lo oí nombgag en mi vida, señog.
Dumanoir
ha huido, pero en el combate caen otros muchos jefes. Todos ellos inmolados en
sacrificio ofrecido a la sagrada causa de sus patrias. Hombres como Luis Pérez
del Camino, Dionisio Alcalá Galiano, Francisco Alceda y Bustamante, Federico
Gravina y Napoli (el almirante español), Cosme Churruca, Andrè Magon, o el mismísimo Horatio Nelson. Hombres
brillantes, marinos afamados, militares valerosos, paladines y científicos de primera
línea (astrónomos, cartógrafos, geógrafos). Hoy, doscientos siete años después,
la causa por la que lucharon ya no importa. Los imperios cuya existencia
defendieron ya no existen. Y la Guerra que intentaban ganar es sólo una más en
la larga serie de convulsiones europeas sin sentido, ni la última, ni la primera, ni
la más importante. Pero recordamos sus nombres, y su sacrificio, y la estupidez
de aquellas naciones que tenían en mayor estima su propio orgullo que la misma existencia de los hombres que le daban lustre. Dumanoir ha quedado para la Historia como un cobarde. Pero tal vez, y sólo tal vez, fuera el único que entendió de qué iba la cosa. El único hombre cuerdo entre tanto héroe guerrero. Un hombre que, sintiendo mucho más pesada la carga de la responsabilidad por las vidas de sus hombres, y a la vista de un batalla ya perdida de antemano, decidió no añadir más sangre a una carnicería inútil y sin esperanza. Sólo tal vez.
------------------------------------------------------------------------------------------------------