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El Sueño de Clío es un Blog del Profesor del área de Geografía e Historia y Ciencias Sociales de Secundaria en España, y que imparte sus clases en el IES Juan A. Pérez Mercader en la provincia de Huelva. Aquí iremos publicando curiosidades y novedades relacionadas con el estudio de la Geografía y la Historia, así como las experiencias y actividades destacadas que realicemos en las clases. También disponéis de una agenda donde se publicamn las fechas de exámenes y entregas de trabajos. Tanto si eres alumno, alumna o familiar, aquí podrás encontrar un rincón tranquilo y relajado en el que repasar lo que llevamos hecho y reflexionar sobre las cosas que la vieja y algo cínica Clío quiere enseñarnos.

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jueves, 23 de febrero de 2017

...un hueso un poco travieso

Antes de empezar, una advertencia.
Este es un blog educativo. Y vamos a hablar del hueso del pene y del clítoris desde un punto de vista de historia evolutiva, incluyendo algunas menciones y citas bíblicas. Nuestra única intención es divertir y enseñar. Enseñar divirtiendo. Y divertir enseñando. No pretendemos ofender a nadie. El texto ha sido sometido a todo tipo de pruebas, e incluso ha recibido la aprobación de un psicólogo escolar. Pero entendemos que hay muchas sensibilidades, y que al fin y al cabo el humor es una cuestión de gustos, de contexto, y de cultura. Si crees que leer un artículo en el que se va a hablar (y bromear) sobre los órganos genitales puede ofender tu sensibilidad y tus creencias, por favor, no sigas leyendo. Y si decides seguir, esperamos que aprendas algo nuevo, y que podamos, al menos, arrancarte una sonrisa.

 Equipamiento de serie.
La cosa va así. Los seres humanos, en sus dos versiones estándar, pertenecemos a la gran –y no siempre feliz- familia de los mamíferos. Como tales, los mamíferos venimos todos con cierto equipamiento de serie  que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra trayectoria evolutiva. Está el asunto de las mamas, por ejemplo, que es la característica esencial que nos da nombre. Todos los mamíferos tenemos mamas. El nombre mamífero procede del latín, y significa “que lleva mamas” o “que tiene mamas”. Pero no es la única característica de serie.. Todos los mamíferos tenemos pelo, unos más que otros. Todos los mamíferos tenemos cuatro extremidades. Somos vivíparos (es decir, parimos a nuestra descendencia). Respiramos mediante pulmones. Cosillas así.



Luego hay otras características que pueden o no aparecer. Algunas son más comunes que otras. Por ejemplo, muchos mamíferos tienen rabo o cola de algún tipo, pero hay otros muchos que no. Y entre esas características encontramos a nuestro tema de hoy.


Y es que hay un rasgo que es común en prácticamente todos los mamíferos, grandes o pequeños. Nuestros parientes evolutivos más cercanos, los grandes póngidos, lo tienen. Nuestras queridas mascotas, perros y gatos, también lo tienen (después de leer esta entrada nunca veréis igual a vuestro querido Boby, o a vuestro mimoso Calcetines). Se trata, claro, del hueso del pene. Es un rasgo que los seres humanos hemos perdido. Su nombre científico es os peneanum, aunque a veces también se le llama os priapi. “Os” significa “hueso”, claro. Lo de priapi es por el dios latino Priapo, un dios de la fertilidad representado habitualmente como un hombre EXTRAORDINARIAMENTE dotado. Tanto que a veces se lo representa con alas (no al dios, entendedme bien, sino a cierta parte de su anatomía), o sujetado por una especie de cabestrante con cables. No, no es broma. Aparece en mosaicos antiguos.  Los que saben de su existencia se refieren a él como “el báculo”, y nosotros, vamos a llamarlo también así porque tampoco es cosa de ponerse ahora vulgares en un blog educativo. ¿Verdad que no?

 Todos los sabios que han sido y son en las películas de fantasía y
 ficción portan un  báculo mágico de algún tipo, que otorga poderes
 asombrosos o representa autoridad y sabiduría.   ¿No os habéis
 preguntado nunca por qué en estas obras el mago o sabio es siempre 
un “él” y no una “ella”? Ah. Veo que ahora lo entendéis.
En la imagen, Gandalf y Frodo presumiendo de sus báculos. 
Imagen original de Joel Lee (maxbat) - http://maxbat.devianart.com/, 
CC BY-SA 4.0 https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=47312893
 En el caso de las chicas, el equivalente es el os clitorideum, o hueso clitorídeo. Los romanos lo llamaban babellum. Curiosamente, hay mucho escrito sobre el báculo, pero muy poco o casi nada sobre el babelo, más allá de que es el equivalente femenino del báculo. ¿Os dais cuenta? Una vulgar copia, un reflejo del original. Y es que en ciencia, como en muchas otras cosas, hay mucho machismo todavía.

Cuando nos imaginamos un hueso en el pene (o en el clítoris), una bombillita malévola se enciende en nuestro cerebro de simio superior, iluminando dos preguntas. ¿Verdad que sí? La primera es, no intentéis negarlo: “¿por qué no tengo yo uno (y como puedo conseguirlo)?”. Y la segunda pregunta es: “¿para qué demonios servía?”. Vamos a ello.

¿Por qué no tengo yo uno (y cómo puedo conseguirlo)?
Es una pregunta legítima, claro. Y tiene varias posibles respuestas. La primera respuesta potencial a la pregunta es que, tal vez, ya lo tengas. ¡Sorpresa! Es que el báculo, y también el babelo, es un hueso un poco travieso. No porque provenga de una familia desestructurada, o tenga las amistades equivocadas –más bien al contrario, son huesos muy sociables. Es porque a la evolución le gusta jugar un poco y bromear como al que más. En un pequeño porcentaje de seres humanos queda un resto vestigial del báculo o del babelo. Lo normal es que pase inadvertido, pues se trata de un simple resto de tejido óseo que apenas llega al milímetro de longitud. No tiene función ni utilidad, es solo un recuerdo evolutivo de lo que una vez fue y ya no es.

Lo normal es que los humanos no tengamos ni báculo ni babelo. Pero es muy común en los mamíferos. Incluso nuestros parientes cercanos lo tienen. ¿Es una cuestión de tamaño? No. La morsa (medio metro, sí, has leído bien) lo tiene. Pero también lo tienen los simios superiores, cuyos penes, en algunos casos, se miden en milímetros. Y no quiero señalar a nadie..

Imagen ampliada del báculo de un perro. La flecha señala el surco uretral. De Didier Descouens - Museum of Toulouse, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=38132514
 Así pues, ¿por qué no tenemos uno? Ya dijimos en una ocasión (en nuestra entrada sobre los cruces entre especies en la prehistoria -podéis leerlo aquí) que el sexo es el motor de la historia. Nunca es más cierto esto que en el caso de la historia evolutiva. Y según los científicos, en esto, como en muchas otras cosas, la respuesta está en el viejo adagio. Cherchez la femme. Culpa a la chica. ¿Ya hemos dicho que la ciencia a veces es un poco machista.
La explicación que de momento da la ciencia viene a ser un poco así. Todas las mujeres que en el mundo mundial fueron y serán se reunieron en un conciliábulo general, que los pobres, indefensos y baculados hombres llamábamos “aquelarre”. Y allí decidieron que dejar que el báculo nos ayudara en la erección era ponernos las cosas demasiado fáciles, y que desde entonces iban a aparearse solo con aquellos machos (llegados a este punto hay que hablar de machos y hembras, ¿no?) que lograran la erección así como a pelo, vamos, sin muletas. Porque así demostrábamos que no sufríamos problemas vasculares ni psicológicos. Que es que antes con el báculo era muy fácil disimular y procreaban los que no debían. Pues eso. ¿Cuela?

Espero que sí, porque en esencia esa es la explicación científica. Lo que ocurre es que un antropólogo os lo va a disfrazar usando conceptos como “presión evolutiva” o “selección de características genéticas”, para que no nos demos mucha cuenta de que, de momento, no se les ha ocurrido nada mejor. Uno de los problemas que le veo a esta teoría, personalmente, es que no explica como ELLAS pierden el babelo. ¿Hubo un congreso paralelo de todos los hombres que fueron y serán? ¿Decidimos reproducirnos solo con las chicas sin babelo por algún oscuro y arcano motivo? ¿Fue resultado de un acuerdo de desarme mutuo tipo “yo me quito el mío si tu te quitas el tuyo”?... Lo bueno de la ciencia, lo bonito y genial de la ciencia, es que siempre está abierta a nuevas preguntas, y a ideas mejores, y a gente joven que las plantee. ¿Voluntarios o voluntarias?

En cuanto a “¿cómo puedo yo conseguir uno?”, me temo que habría que pasar por quirófano. Y tampoco le veo yo tantas ventajas al asunto del asunto como para andarse complicando la vida, la verdad.

¿Para qué demonios servía?
Aquí la cosa se puede poner un poco rara. Vamos a ver si soy capaz de explicar esto sin que me obliguen a calificar este blog como “no apto para menores”. Recordad que hablamos de ciencia y evolución, aunque intentamos que resulte divertido. Hay varias teorías, a cual más imaginativa, pero claro, lo que tienen estas teorías, el denominador común, lo que viene siendo el punto G científico de la utilidad del báculo, es que tiene que ver con el acto sexual. Yo os las cuento, y ya si eso vosotros elegís la que os parezca más correcta, o la que os haga reír menos, que viene siendo lo mismo.

Teoría número 1. Resulta que en numerosas especies de mamíferos, la hembra no ovula hasta el momento de la cópula –es el caso, por ejemplo, de los gatos. Según algunos biólogos, el báculo facilita al macho la tarea de estimular la ovulación. El problema es que el mecanismo biológico no está bien estudiado, así que no deja de ser una hipótesis. Vamos, que si es así no entendemos como funciona exactamente. No. No no no. No voy a hacer comentarios. Ya os imagináis los chistes vosotros y vosotras solitas sin ayuda, ¿a que sí?

Teoría número 2. Esta teoría se conoce como la “hipótesis de la fricción vaginal”. Que no, que no me tiréis de la lengua. La propusieron en 1968 Charles Long y Theodore Frank en un artículo publicado en la revista Journal of Mammalogy –sí, es una revista científica, ¿vale? Estos dos biólogos se pasaron unos años muy interesantes midiendo báculos y penes de carnívoros y roedores, obteniendo coeficientes de resistencia vaginal en las hembras (de carnívoros y roedores), y realizando arcanas y oscuras operaciones (¡matemáticas!) con esas medidas. Lo que afirma esta teoría es que el báculo, y cito a Matilda Brindle, autora de este artículo, “actúa como un calzador que permite al macho vencer la fricción y deslizarse dentro de la hembra”. Pues eso.

Teoría número 3. La conocemos como “Hipótesis de la Intromisión” o “Hipótesis de la Penetración Vaginal”. Según esta tesis, el báculo permite a los afortunadísimos machos de las especies que los poseen prolongar la penetración mucho después de que termine el acto sexual. Esto alarga la cópula (¡hasta tres minutos!), y además bloquea físicamente a cualquier otro macho que quiera copular con esa hembra y dando tiempo así a que sus esforzados y avezados espermatozoides alcancen el óvulo antes que los de cualquier potencial rival. Según esta teoría, la aparición de la monogamia en algunas especies convierte el báculo en innecesario, y lo condenó a la desaparición en especies como la nuestra.


La costilla perdida de Adán
Pero la cosa no acaba aquí. El báculo es un hueso llamativo, y no debemos suponer que no nos hemos percatado de su presencia en otros seres vivos hasta el desarrollo de la ciencia moderna. ¿Cuándo nos dimos cuenta por primera vez de que carecíamos de algo que otros tenían? Pues parece ser que la Biblia encierra una posible clave para responder a esta pregunta. Y es que, tal vez, la costilla perdida de Adán no era, exactamente, una costilla. Aquí pega ahora un ejem. EJEM EJEM.
 
Aquí está nuestro amigo Adán, en una de las representaciones en las que sale más favorecido. Acaba de ser creado, así que todavía tiene todos sus huesos. De Miguel Ángel - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=280349

En el libro del Génesis, capítulo 2, versículos 21 a 23 (que normalmente citaríamos como Gén. 2:21-23) podemos encontrar lo siguiente sobre el viejo Adán. Hay que decir que la cita que incluyo a continuación se extrae de la Nueva Versión Internacional de la Biblia. Ahí va:

21 Entonces Dios el Señor hizo que el hombre cayera en un sueño profundo y, mientras este dormía, le sacó una costilla y le cerró la herida. 22 De la costilla que le había quitado al hombre, Dios el Señor hizo una mujer y se la presentó al hombre, 23 el cual exclamó:

«Esta sí es hueso de mis huesos
    y carne de mi carne.
Se llamará “mujer”[
a]
    porque del hombre fue sacada»
.

Sí, exacto, es la historia de la famosa costilla de la cual, queridas amigas, surgisteis para luego darnos de comer manzanas y abrir cajas de Pandora, que ya os vale. Pero claro, a estas alturas de la entrada seguro que lo de “hueso de mis huesos” ya os escama un poquito. Y no vais descaminados, más bien al contrario, estáis muy bien escamados.

En 2001 Scott Gilbert y Zion Zevit, de la muy prestigiosa Universidad John Hopkins, publicaron un estudio titulado Congenital human baculum deficiency: the generative bone of Genesis 2:21-23 (“La ausencia congénita del báculo humano: el hueso generatriz del Genesis 2:21-23”). El artículo se publica en la, de nuevo, muy exclusiva y muy prestigiosa y muy muy estricta revista American Journal of Medical Genetics (en su número 101, volumen 3, páginas 284 y 285, por si sentís un repentino e impulsivo deseo de leerlo). En ese artículo formulan una teoría tan interesante y tan divertida que merece ser correcta simplemente por eso.

Según estos dos autores, en el mundo antiguo ya se habían percatado de que ciertos animales poseían un hueso del que nosotros carecíamos. Dicha conciencia surge de la observación y la convivencia cotidiana con animales domésticos por primera vez en la historia. Así que se hicieron la misma pregunta que nosotros. ¿Cómo explicar la ausencia del báculo en el macho humano?

La Biblia le da una explicación divina, en todos los sentidos del término. Pero en hebreo antiguo no existe una palabra para el báculo. Su forma y características lo hacen muy parecido a una costilla. Así que costilla se le llama en la Biblia. La costilla que Dios extrae a Adán, cerrando luego la herida, no es una costilla de arriba. No, amigos. Es la costilla de ABAJO. Y el mito de la creación de la mujer no es sino una forma de explicar por qué los hombres teníamos un hueso de menos comparados con, pongamos por caso, un gato o un perro. Sí chicas. Estáis aquí porque los chicos necesitábamos una explicación de por qué nos faltaba un hueso. Cómo somos. Siempre mirándonos el EJEM ombligo...

3 comentarios:

  1. Muy interesante... ¡Me he reído muchísimo!

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  2. ¡Muy bueno! ¡Increíble la cantidad de cosas que se pueden aprender!
    Raquel M.

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