Antes de empezar, una advertencia.
Este es un blog educativo. Y vamos a hablar del hueso del pene y del clítoris desde un punto de vista de historia evolutiva, incluyendo algunas menciones y citas bíblicas. Nuestra única intención es divertir y enseñar. Enseñar divirtiendo. Y divertir enseñando. No pretendemos ofender a nadie. El texto ha sido sometido a todo tipo de pruebas, e incluso ha recibido la aprobación de un psicólogo escolar. Pero entendemos que hay muchas sensibilidades, y que al fin y al cabo el humor es una cuestión de gustos, de contexto, y de cultura. Si crees que leer un artículo en el que se va a hablar (y bromear) sobre los órganos genitales puede ofender tu sensibilidad y tus creencias, por favor, no sigas leyendo. Y si decides seguir, esperamos que aprendas algo nuevo, y que podamos, al menos, arrancarte una sonrisa.
Equipamiento de serie.
La cosa va así. Los seres humanos, en sus dos versiones estándar,
pertenecemos a la gran –y no siempre feliz- familia de los mamíferos. Como
tales, los mamíferos venimos todos con cierto equipamiento de serie que hemos ido adquiriendo a lo largo de
nuestra trayectoria evolutiva. Está el asunto de las mamas, por ejemplo, que es
la característica esencial que nos da nombre. Todos los mamíferos tenemos
mamas. El nombre mamífero procede del latín, y significa “que lleva mamas” o
“que tiene mamas”. Pero no es la única característica de serie.. Todos los
mamíferos tenemos pelo, unos más que otros. Todos los mamíferos tenemos cuatro
extremidades. Somos vivíparos (es decir, parimos a nuestra descendencia). Respiramos
mediante pulmones. Cosillas así.
Luego hay otras características que pueden o no aparecer. Algunas son más
comunes que otras. Por ejemplo, muchos mamíferos tienen rabo o cola de algún
tipo, pero hay otros muchos que no. Y entre esas características encontramos a nuestro
tema de hoy.
Y es que hay un rasgo que es común en prácticamente todos los mamíferos,
grandes o pequeños. Nuestros parientes evolutivos más cercanos, los grandes
póngidos, lo tienen. Nuestras queridas mascotas, perros y gatos, también lo
tienen (después de leer esta entrada nunca veréis igual a vuestro querido Boby,
o a vuestro mimoso Calcetines). Se trata, claro, del hueso del pene. Es un
rasgo que los seres humanos hemos perdido. Su nombre científico es os peneanum, aunque a veces también se
le llama os priapi. “Os” significa “hueso”, claro. Lo de priapi es por el dios latino Priapo, un
dios de la fertilidad representado habitualmente como un hombre
EXTRAORDINARIAMENTE dotado. Tanto que a veces se lo representa con alas (no al
dios, entendedme bien, sino a cierta parte de su anatomía), o sujetado por una
especie de cabestrante con cables. No, no es broma. Aparece en mosaicos
antiguos. Los que saben de su existencia
se refieren a él como “el báculo”, y nosotros, vamos a llamarlo también así
porque tampoco es cosa de ponerse ahora vulgares en un blog educativo. ¿Verdad
que no?
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Todos los
sabios que han sido y son en las películas de fantasía y
ficción portan un báculo mágico de algún tipo, que otorga
poderes
asombrosos o representa autoridad y sabiduría. ¿No os habéis
preguntado nunca por qué
en estas obras el mago o sabio es siempre
un “él” y no una “ella”? Ah. Veo que
ahora lo entendéis.
En la imagen, Gandalf y Frodo presumiendo de sus báculos.
Imagen original de Joel Lee (maxbat) - http://maxbat.devianart.com/,
CC BY-SA 4.0 https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=47312893 |
En el caso de las chicas, el equivalente es el os clitorideum, o hueso clitorídeo. Los romanos lo llamaban babellum. Curiosamente, hay mucho
escrito sobre el báculo, pero muy poco o casi nada sobre el babelo, más allá de
que es el equivalente femenino del báculo. ¿Os dais cuenta? Una vulgar copia,
un reflejo del original. Y es que en ciencia, como en muchas otras cosas, hay
mucho machismo todavía.
Cuando nos imaginamos un hueso en el pene (o en el clítoris), una
bombillita malévola se enciende en nuestro cerebro de simio superior, iluminando
dos preguntas. ¿Verdad que sí? La primera es, no intentéis negarlo: “¿por qué
no tengo yo uno (y como puedo conseguirlo)?”. Y la segunda pregunta es: “¿para
qué demonios servía?”. Vamos a ello.
¿Por qué no tengo yo uno (y cómo
puedo conseguirlo)?
Es una pregunta legítima, claro. Y tiene varias posibles respuestas. La
primera respuesta potencial a la pregunta es que, tal vez, ya lo tengas.
¡Sorpresa! Es que el báculo, y también el babelo, es un hueso un poco travieso.
No porque provenga de una familia desestructurada, o tenga las amistades
equivocadas –más bien al contrario, son huesos muy sociables. Es porque a la
evolución le gusta jugar un poco y bromear como al que más. En un pequeño
porcentaje de seres humanos queda un resto vestigial del báculo o del babelo.
Lo normal es que pase inadvertido, pues se trata de un simple resto de tejido
óseo que apenas llega al milímetro de longitud. No tiene función ni utilidad,
es solo un recuerdo evolutivo de lo que una vez fue y ya no es.
Lo normal es que los humanos no tengamos ni báculo ni babelo. Pero es muy
común en los mamíferos. Incluso nuestros parientes cercanos lo tienen. ¿Es una
cuestión de tamaño? No. La morsa (medio metro, sí, has leído bien) lo tiene.
Pero también lo tienen los simios superiores, cuyos penes, en algunos casos, se
miden en milímetros. Y no quiero señalar a nadie..
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Imagen ampliada del báculo de un perro. La flecha señala el surco uretral. De Didier Descouens - Museum of Toulouse, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=38132514 |
Así pues, ¿por qué no tenemos uno? Ya dijimos en una ocasión (en nuestra
entrada sobre los cruces entre especies en la prehistoria -podéis leerlo aquí) que
el sexo es el motor de la historia. Nunca es más cierto esto que en el caso de
la historia evolutiva. Y según los científicos, en esto, como en muchas otras
cosas, la respuesta está en el viejo adagio. Cherchez la femme. Culpa a la chica. ¿Ya hemos dicho que la ciencia
a veces es un poco machista.
La explicación que de momento da la ciencia viene a ser un poco así. Todas
las mujeres que en el mundo mundial fueron y serán se reunieron en un
conciliábulo general, que los pobres, indefensos y baculados hombres llamábamos
“aquelarre”. Y allí decidieron que dejar que el báculo nos ayudara en la
erección era ponernos las cosas demasiado fáciles, y que desde entonces iban a
aparearse solo con aquellos machos (llegados a este punto hay que hablar de machos
y hembras, ¿no?) que lograran la erección así como a pelo, vamos, sin muletas.
Porque así demostrábamos que no sufríamos problemas vasculares ni psicológicos.
Que es que antes con el báculo era muy fácil disimular y procreaban los que no
debían. Pues eso. ¿Cuela?
Espero que sí, porque en esencia esa es la explicación científica. Lo que
ocurre es que un antropólogo os lo va a disfrazar usando conceptos como
“presión evolutiva” o “selección de características genéticas”, para que no nos
demos mucha cuenta de que, de momento, no se les ha ocurrido nada mejor. Uno de
los problemas que le veo a esta teoría, personalmente, es que no explica como ELLAS
pierden el babelo. ¿Hubo un congreso paralelo de todos los hombres que fueron y
serán? ¿Decidimos reproducirnos solo con las chicas sin babelo por algún oscuro
y arcano motivo? ¿Fue resultado de un acuerdo de desarme mutuo tipo “yo me
quito el mío si tu te quitas el tuyo”?... Lo bueno de la ciencia, lo bonito y
genial de la ciencia, es que siempre está abierta a nuevas preguntas, y a ideas
mejores, y a gente joven que las plantee. ¿Voluntarios o voluntarias?
En cuanto a “¿cómo puedo yo conseguir uno?”, me temo que habría que pasar
por quirófano. Y tampoco le veo yo tantas ventajas al asunto del asunto como
para andarse complicando la vida, la verdad.
¿Para qué demonios servía?
Aquí la cosa se puede poner un poco rara. Vamos a ver si soy capaz de
explicar esto sin que me obliguen a calificar este blog como “no apto para
menores”. Recordad que hablamos de ciencia y evolución, aunque intentamos que
resulte divertido. Hay varias teorías, a cual más imaginativa, pero claro, lo
que tienen estas teorías, el denominador común, lo que viene siendo el punto G
científico de la utilidad del báculo, es que tiene que ver con el acto sexual.
Yo os las cuento, y ya si eso vosotros elegís la que os parezca más correcta, o
la que os haga reír menos, que viene siendo lo mismo.
Teoría número 1. Resulta que en numerosas especies de mamíferos, la hembra
no ovula hasta el momento de la cópula –es el caso, por ejemplo, de los gatos.
Según algunos biólogos, el báculo facilita al macho la tarea de estimular la
ovulación. El problema es que el mecanismo biológico no está bien estudiado, así
que no deja de ser una hipótesis. Vamos, que si es así no entendemos como
funciona exactamente. No. No no no. No voy a hacer comentarios. Ya os imagináis
los chistes vosotros y vosotras solitas sin ayuda, ¿a que sí?
Teoría número 2. Esta teoría se conoce como la “hipótesis de la fricción
vaginal”. Que no, que no me tiréis de la lengua. La propusieron en 1968 Charles
Long y Theodore Frank en un artículo publicado en la revista Journal of Mammalogy –sí, es una revista
científica, ¿vale? Estos dos biólogos se pasaron unos años muy interesantes
midiendo báculos y penes de carnívoros y roedores, obteniendo coeficientes de
resistencia vaginal en las hembras (de carnívoros y roedores), y realizando arcanas
y oscuras operaciones (¡matemáticas!) con esas medidas. Lo que afirma esta
teoría es que el báculo, y cito a Matilda Brindle, autora de este artículo, “actúa como un calzador que permite al macho
vencer la fricción y deslizarse dentro de la hembra”. Pues eso.
Teoría número 3. La conocemos como “Hipótesis de la Intromisión” o
“Hipótesis de la Penetración Vaginal”. Según esta tesis, el báculo permite a
los afortunadísimos machos de las especies que los poseen prolongar la
penetración mucho después de que termine el acto sexual. Esto alarga la cópula
(¡hasta tres minutos!), y además bloquea físicamente a cualquier otro macho que
quiera copular con esa hembra y dando tiempo así a que sus esforzados y
avezados espermatozoides alcancen el óvulo antes que los de cualquier potencial
rival. Según esta teoría, la aparición de la monogamia en algunas especies
convierte el báculo en innecesario, y lo condenó a la desaparición en especies
como la nuestra.
La costilla perdida de Adán
Pero la cosa no acaba aquí. El báculo es un hueso llamativo, y no debemos
suponer que no nos hemos percatado de su presencia en otros seres vivos hasta
el desarrollo de la ciencia moderna. ¿Cuándo nos dimos cuenta por primera vez
de que carecíamos de algo que otros tenían? Pues parece ser que la Biblia
encierra una posible clave para responder a esta pregunta. Y es que, tal vez,
la costilla perdida de Adán no era, exactamente, una costilla. Aquí pega ahora
un ejem. EJEM EJEM.
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Aquí está nuestro amigo Adán, en una de las representaciones en las que sale más favorecido. Acaba de ser creado, así que todavía tiene todos sus huesos. De Miguel Ángel - Trabajo propio, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=280349 |
En el libro del Génesis, capítulo 2, versículos 21 a 23 (que normalmente
citaríamos como Gén. 2:21-23) podemos encontrar lo siguiente sobre el viejo Adán.
Hay que decir que la cita que incluyo a continuación se extrae de la Nueva
Versión Internacional de la Biblia. Ahí va:
“21 Entonces
Dios el Señor hizo
que el hombre cayera en un sueño profundo y, mientras este dormía, le sacó una
costilla y le cerró la herida. 22 De la costilla que le
había quitado al hombre, Dios el Señor hizo una mujer y se la presentó
al hombre, 23 el cual exclamó:
«Esta sí es hueso de mis huesos
y
carne de mi carne.
Se llamará “mujer”[a]
porque
del hombre fue sacada».
Sí, exacto, es la historia de la famosa costilla de la cual, queridas
amigas, surgisteis para luego darnos de comer manzanas y abrir cajas de
Pandora, que ya os vale. Pero claro, a estas alturas de la entrada seguro que
lo de “hueso de mis huesos” ya os escama un poquito. Y no vais descaminados,
más bien al contrario, estáis muy bien escamados.
En 2001 Scott Gilbert y Zion Zevit, de la muy prestigiosa Universidad John
Hopkins, publicaron un estudio titulado Congenital
human baculum deficiency: the generative bone of Genesis 2:21-23 (“La
ausencia congénita del báculo humano: el hueso generatriz del Genesis 2:21-23”).
El artículo se publica en la, de nuevo, muy exclusiva y muy prestigiosa y muy
muy estricta revista American Journal of Medical
Genetics (en su número 101, volumen 3, páginas 284 y 285, por si sentís un
repentino e impulsivo deseo de leerlo). En ese artículo formulan una teoría tan
interesante y tan divertida que merece ser correcta simplemente por eso.
Según estos dos autores, en el mundo antiguo ya se habían percatado de que
ciertos animales poseían un hueso del que nosotros carecíamos. Dicha conciencia
surge de la observación y la convivencia cotidiana con animales domésticos por
primera vez en la historia. Así que se hicieron la misma pregunta que nosotros.
¿Cómo explicar la ausencia del báculo en el macho humano?
La Biblia le da una explicación divina, en todos los sentidos del término.
Pero en hebreo antiguo no existe una palabra para el báculo. Su forma y
características lo hacen muy parecido a una costilla. Así que costilla se le
llama en la Biblia. La costilla que Dios extrae a Adán, cerrando luego la
herida, no es una costilla de arriba. No, amigos. Es la costilla de ABAJO. Y el
mito de la creación de la mujer no es sino una forma de explicar por qué los
hombres teníamos un hueso de menos comparados con, pongamos por caso, un gato o
un perro. Sí chicas. Estáis aquí porque los chicos necesitábamos una
explicación de por qué nos faltaba un hueso. Cómo somos. Siempre mirándonos el
EJEM ombligo...